martes, 29 de junio de 2021

DON JOSÉ GUTIERREZ EL CORREO DE LA VIRGEN

 Como parte de la conmemoración de los 400 años de Aregue la Oficina del Cronista de Aregue presenta la obra en digital El Correo De la Virgen, obra recopilatoria sobre Don José Gutiérrez, quien en vida se entregó con afán a reivindicar la acción social de la Iglesia a favor de los humildes, defendiendo su terruño, reclamando los problemas que agobiaban a su pueblo, la sed secular que ha padecido nuestra comunidad, atesorando con fervor su fe en la Virgen India, la Chinca, ganándose merecidamente el nombre del Correo de la Virgen. En esta recopilación podrán leer su biografía, el Cuento El Correo de la Virgen del escritor Juan Páez Ávila, un poema del Profesor Luisito Rodríguez, una entrevista imaginaria de William Villanueva. La Ilustración es un cuadro realizado por el Artista Plástico Pastor Rafael Meléndez, Premio Nacional de Artes Plásticas, Mención Pintura Costumbrista del Ateneo de Carora Guillermo Morón, exclusivamente para ilustrar el cuento de Juan Páez Ávila, que quitamos prestado para portada de esta obra que aspiramos poder publicarla en imprenta. 

Apostamos a mejorar la presentación de esta obra en un mediano plazo. Por ahora queremos entregarles su interesante contenido donde destaca el Cuento del gran escritor Juan Páez Ávila, donde recrea con mucha certeza las vivencias del Quijote de Aregue. 

Creemos que en su pasión histórico-literaria el autor de seguro supo de las conversas a través de las cartas entre Don Chío Zubillaga y Don José, a quiénes unió una excelente amistad y una acentuada defensa por el bien común;  para congraciarnos, Juan Páez,  con su fecunda pluma con el presente magnifico cuento sobre este ilustre venezolano que tenemos el deber de rescatar del olvido. 



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Esta obra es iniciativa de la Oficina del Cronista de Aregue, en ocasión de los 400 años de la mariana comunidad de Aregue. 
Ilustración de Portada: Retrato realizado por el Artista Plástico Pastor Rafael Meléndez Piña, Premio Nacional de Artes Plásticas, Mención Pintura Costumbrista, otorgado por el Ateneo de Carora Guillermo Morón. 
Agradecimiento a la Empresa de envío de Remesas desde Chile Para Venezuela, Cambios Volando,  y su propietario, Jesús Javier Juárez, por su contribución con la revalorización de la historia local. 

DON JOSÉ GUTIÉRREZ
Por allá por los albores de un nuevo siglo, nace un niño que con el correr del tiempo será una representación honorable del gentilicio aregueño.
Aquel Aregue de antaño, de calles solariegas, donde la humildad se recreaba, para darle paso a la virtud; bañada por la Divina Luz de la Sagrada imagen de la Chiquinquirá, que vela por la grandeza de este pueblo.
Nace don Fidel José Gutiérrez Aponte, el 23 de abril de 1.899, en épocas de aquellas guerras civiles de generales y coroneles, que ambicionaban la autoridad republicana.
Fueron sus padres: Don Wenceslao Gutiérrez y Doña Abelina Aponte de Gutiérrez, ambos pertenecientes a lo mejor de la sociedad aregueña, y de virtudes cristianas del rango apostólico que exige nuestra santa religión.
Inició sus primeras letras bajo el sabio entendimiento del profesor Largio Giménez, recio en el carácter y justo en la decisión, y ajustado a la disciplina de la época. José Gutiérrez es un orgullo del estudiantado de principios del siglo 20. Su juventud transcurre en el pueblo que lo vio nacer, jamás se separa de él, y sí se separa no puede durar tanto tiempo fuera, porque Aregue para él, es como el agua que necesita para alimentar su existencia.
Como hombre público responde al llamado que le hace la patria, y es así, como en los años de 1934 al 1937, es administrador del correo en Aregue; y más tarde, en los años 1.947 al 1.948, fue presidente de la Junta Comunal, del Municipio Chiquinquirá, desempeñando el cargo con honra y decoro, y es, cuando se hace necesario la fundación la Junta Benéfica, él, no se hace esperar y pasa a ser su miembro fundador el 15 de septiembre de 1.953, demostrando su preocupación hacia el amor al prójimo, solucionando problemas de caracteres sociales, velando siempre por el adelanto de su tierra, por el progreso de la cultura y el bienestar social de este pueblo, que es su faro luminoso del cual se siente su hijo predilecto y Quijote defensor. Para responder al llamado de su religión, pasa a ser él uno de los principales promotores de la Cofradía de la Virgen de Chiquinquirá.
Don José Gutiérrez pronunció discursos enardecidos de cultura y tradición, que junto a sus artículos de prensa y folletos escritos, son su mejor aporte a la cultura vernácula.
Se casó Don José Gutiérrez en Aregue con la gentil y delicada señorita Amable Crespo, dama que pertenecía a lo más selecto de la sociedad aregueña, y de grandes dotes cristianas. De este matrimonio tuvo ocho hijos: Dulce María, Marina, Rafael José, Honorio, José Luis, Jesús, Carmen Lucía y Wenceslao.
El trabajo es para él su santuario, digno de hombre honrado a carta cabal.
Su recuerdo y amor por Aregue viejo lo lleva a construir una capilla en una pequeña colina, frente al sitio donde existió aquel pueblecito de nuestros habitantes originarios. Ese será uno de los bellos recuerdos que dejará nuestro homenajeado. Otro de sus otros ideales era que Aregue contara con una escuela granja, que le permitiera a los jóvenes de escasos recursos tener un modo de aprender una profesión.
Por último, Don José Gutiérrez fue un ajustado orientador de la juventud de su tiempo.
Manejaba acuciosamente datos históricos de las costumbres y tradiciones de esta comunidad.
Don José Gutiérrez, fue amante de las letras, de la historia, consejero de educación, representante de las buenas costumbres, y en sí, un auténtico bolivariano y cristiano de profunda fe, siendo su mayor cualidad el amor a los humildes, en sus palabras el rechazo al metalismo egoísta, el dinero, sin utilidad al prójimo.
Muere el Quijote de Aregue, Don José Gutiérrez, el 5 de enero de 1.985, a los 85 años de edad.

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EL CORREO DE LA VIRGEN


Cuento 

Autor: Juan Páez Ávila.-



Paula tocó y empujó simultáneamente la puerta de la casa. Cuando avanzó hacia el interior ya el sol había penetrado, la sombra y el vaivén de la hamaca refrescaban el torso desnudo de  un viejo aregueño cuya reciedumbre física comenzaba a ceder al paso de los años, pero conservaba el optimismo de vivir por siglos para impedir que los maleficios del Diablo de Carora roturaran la fe en la Virgen de la Chiquinquirá, y su pueblo sucumbiera a la ambición de  intereses extraños a sus esperanzas.

-Yo soy el Correo de la Virgen. Desde muy joven recibí la misión de preservar las costumbres, profundizar la fe en sus milagros  y batallar contra el espíritu del mal. Mi primera acción fue constituir una Junta Administradora de sus bienes. Centenares de miles de bolívares ingresan al tesoro de la Virgen. Campesinos humildes descienden de la sierra de Carohana todos los años a pagar sus promesas y hasta  algunos muy ricos, que  ante la desesperación de algunas enfermedades incurables y la cercanía de la muerte vienen a exculpar sus pecados. Después del milagro vienen a traer altas sumas de dinero. Yo he recibido la revelación de invertir ese dinero en obras sociales para beneficio de los más pobres. Ese es su deseo y su mandato, pero han dicho hasta que yo estoy loco. A través de siglos el dinero se lo ha llevado siempre el Diablo de Carora.

Paula no quiso interrumpirlo. Conocía la inclinación del viejo José  a  contar la pequeña historia  de su pequeño mundo. Aregue había sido construido  muy cerca del río, única justificación de su existencia, pero como todos los pueblos ribereños, periódicamente sufría los embates de las aguas desbordadas.

-En Aregue viejo, más cerca del río y de la inundación, fue construido el primer templo para venerarla. El temor a una catástrofe, el temor al río indujo a sus antiguos pobladores a acercarse más al desierto. En la parte alta del pueblo, más lejos del miedo, guiados por la propia Virgen, construimos  el templo definitivo. Ella misma señaló el lugar dónde debería ser ubicada su imagen, que permitiera que miles de personas desfilaran, sin atropellarse, no sólo a colocar el fruto de sus promesas, sino también a contemplar la profundidad de su mirada y confirmar el poder y la verdad de sus milagros.

En las afueras de la Iglesia se  presentó una agria disputa entre varios aregueños y  algunas personalidades influyentes de Carohana,  acerca de la conveniencia del traslado de la imagen a otra Iglesia de mayores dimensiones arquitectónicas, en la que una Junta de feligreses administrara los ingresos de la Virgen.

-No podrán, señora Paula. Ella escogió el lugar del reposo y del encanto. Si la mueven de allí, desaparecerán los milagros. Yo he enfrentado los poderes del Diablo de Carora y de la riqueza. Cuando era un niño presencié su traslado a otro lugar, pero los milagros se quedaban aquí. Allá, la alcancía de la Iglesia amanecía vacía. La propia Virgen se regresó y aumentaron los milagros. Creyeron que yo me la había traído e intentaron nuevamente trasladarla. Cuando la colocaron en el altar de la otra Iglesia, el lienzo y la imagen se habían desfigurado. Llenaron la alcancía haciendo promesas de arrepentimiento. Me vinieron a buscar para que colaborara, pero ya la Virgen había regresado. Los llevé a nuestra Iglesia  y muy asustados la observaron intacta. Corrieron a revisar la alcancía que habían dejado  custodiada por varios vigilantes contratados, y  la encontraron vacía.

Paula oía la voz sonora del viejo José y aunque la invadían algunas dudas, terminaba aceptando como válidas las palabras de un hombre que parecía extraído de las catacumbas antiguas.

-Yo viajé a la Diócesis de Carohana a pedirle al Obispo que no autorizara más traslados de la Virgen y que nos permitiera a los habitantes de Aregue nombrar una Junta para administrar los bienes provenientes de sus milagros a favor de los más humildes. Nos aceptó lo primero y me prometió estudiar lo segundo.

En el interior de la casa del viejo José, varias palomas se arrullan, estimuladas por la alegría de las flores y el ambiente refrescante que emana de un pequeño jardín, embellecido por la intervención permanente de una mano familiar.

-Sin embargo, Paula, nos falta un milagro, el milagro más grande que la Virgen puede hacer para derrotar al Diablo de Carora,  se aclare la conciencia y se ablanden los corazones de quienes distribuyen los dineros que la fe de Aregue y de sus vecinos, depositan en la Iglesia todos los años. Necesitamos una obra pía. Recorra el pueblo y sus alrededores, para que constate lo que le digo.

Cuando salí a la calle, frente a la casa de don José se estacionó un pequeño camión cargado de melones y de su interior bajó un hombre, cargado de años, pero de contextura fuerte, a quien había visto varias veces desplazarse en su vehículo hacia el mercado principal de la región.

-¿Señora Paula, está don José en su casa?

-Sí. Acabo de oírle  expresar su preocupación sobre el futuro de los bienes de la  Virgen, aunque  cree tener un  mandato divino.

-Le traigo un dedo de oro. Me costó casi una carga de melones, pero estoy vivo gracias a un milagro.

-¿Qué te pasó?

-Cuando fui a recoger un melón me picó una culebra que estaba debajo de las hojas. Aterrorizado le  pedí a un campesino medio brujo que me chupara el dedo. En medio de un gran dolor decidí matar la culebra y le ofrecí a la Virgen de la Chiquinquirá de Aregue, un dedo de oro si me alumbraba el camino para encontrarla, única manera de salvar la vida y el dedo, porque otro campesino decía que me lo cortaran. No quería que me llamaran el mocho Miguel y le pedí el milagro. Machete en mano corté ramas y hojas hasta que tropecé con el filo de mi única herramienta con un inmenso rollo de cascabel, lista para volver a arremeter contra mi vida. Me llené de valor, creo que por obra de la Virgen. Y suaz, suaz,  le corté la cabeza. Y santo remedio,  aquí estoy, como si no me hubiera pasado nada.

Miguel Álamo tenía una pequeña parcela en la ribera sur del río Morere, a la  que aprendió a sacarle importantes beneficios con el cultivo de melones. No era muy cristiano, pero creía en los milagros de la Virgen. Se le veía muy satisfecho, casi feliz, con su dedo de oro en las manos. En ese momento apareció don José, después de oír nuestra conversación.

-No. Yo no estoy autorizado para recibir los frutos de los milagros, sino para defender la fe en la Virgen. Espere que venga un sacerdote.

-Vamos a la Iglesia, don José, y se lo depositamos en la alcancía.

-Si la señora Paula va como testigo, lo acompaño.

Abrimos la Iglesia y encontramos la alcancía rebosante de dinero en efectivo y algunos brazos y piernas de plata y de madera. Mientras permanecimos en la Iglesia se acercaron algunos parroquianos, quienes después de rezar incitaron a don José a presidir una asamblea de la comunidad, para resolver el destino del dinero y de los objetos de valor encontrados.

-Hay que llevárselos al Obispo –expresó un anciano casi moribundo.

-Hay que crear un ancianato –dijo otro con cierta ironía.

-¿Por qué no reparamos la Iglesia y contratamos un sacerdote permanente? –preguntó Mamerto, quien hacía de sacristán cuando se oficiaba misa y estaba desempleado desde hacía varios meses.

-Que hable  don José –planteó Paula.

-Elijamos primero una Junta Administradora de los bienes de la Virgen, cuyos integrantes, después de oídas todas las recomendaciones y participarle al Obispo, decida cuáles son los obras sociales que deben realizarse.

Todos asintieron y eligieron al más anciano, don Elías Gutiérrez, Presidente de dicha Junta, un tesorero y una secretaria. Antes de cerrar la Iglesia, para que la Comisión saliera a participarle al Obispo, entró de rodillas un joven campesino, con un cofre lleno de monedas a pagar otra promesa, la Virgen le ahuyentó un león que le comía los chivos. Quince días después de no perder un animal más, calculó el valor de quince chivos y vino a pagar la promesa.

-Vamos Paula a recorrer el pueblo, pero antes mira este cuadro donde aparece la Virgen y a sus pies un  hombre con atuendo de caballero de la época colonial. Este es Cristóbal de la Barrera, socio de la Compañía Guipuzcoana, quien naufragó en su pequeña embarcación frente a las costas de la Capitanía General de Venezuela; abrazado a una tabla fue empujado por las olas hacia tierra firme. Sobre las olas veía la imagen de una Virgen y cuando perdía fuerzas para seguir asido al pedazo de madera, volvía a ver su figura y recuperaba energías. Cuando fue lanzado costa afuera por las olas, no sabía dónde estaba; caminó durante varios días siguiendo la dirección que le indicaba la imagen entre las nubes. Sólo se detenía para tomar agua de algún arroyuelo o ingerir alguna fruta que caía de los árboles lanzada por los pájaros. En su larga ruta por selvas, montañas y desiertos no fue molestado por animales feroces ni por indios guerreros. Agotado por el incesante caminar, vio descender la imagen que lo guiaba a este lugar, llamado Aregue, donde le construyó el primer templo.

En la calle, el viento ejercía su hegemonía total mientras la gente se resguarda en sus casas del  tedio que imponía un sol inclemente. En  medio de una gran soledad todos parecían felices, como si disfrutaran de una paz permanente. Los pocos que se asomaban a las ventanas, saludaban con gestos amables, como si fuéramos amigos de muchos años. En las afueras del pueblo apareció un desierto apenas cubierto por cardones y tunas. Un hombre a caballo, con una piel de león sobre las ancas de su mula, rompió la profundidad del horizonte, nos reconoció y se acercó para preguntarnos si estaba abierta la Iglesia.

-La acabamos de cerrar, después de nombrar una Comisión que administrará los bienes de la Virgen.

-¿A quién le entrego este cuero de puma, que le prometí a la Virgen traérselo para alfombrar su piso o venderlo y llevarle la cantidad de dinero que me paguen por él?

  Rafael Flores, cazador de tigres, pumas y toda clase de depredadores que diezmaban sus rebaños de chivos en los alrededores de Aregue, le prometió a la Virgen llevarle como trofeo el valor o la piel del tigre o puma que cayera en la puntería de su escopeta, para salvar sus animales y preservar su pequeña economía. Pero no le resultó fácil, según su propio relato.

-Estuve varias noches hasta el amanecer en una troja en lo alto de un árbol, frente al único bebedero que nos queda con un poquito de agua, aguaitando la fiera que me estaba matando los chivos. Pero el animal no llegaba. Me acordé de la Virgen y le hice la promesa de alfombrar el piso de  su Iglesia con la piel  del tigre o del puma, que era lo mismo, si aparecía antes del amanecer. Yo siempre esperaba hasta las cinco de la madrugada, cuando comenzaba a clarear me retiraba, porque  a ninguno felino le gusta cazar o beber durante el día. Para ellos es mejor la oscuridad, sus ojos brillantes y salidos les permiten ver más que a los otros animales. Cansado de esperar me bajé unos minutos antes de las cinco y cuando pisé tierra, tenía enfrente, muy cerquita, dos grandes ojos que casi me encandilan. Me volví a acordar de la Virgen y de la escopeta que tenía en la mano izquierda y se me había caído. Se me quitó el miedo, por primera vez sentí miedo de verdad. No es lo mismo estar arriba en el árbol, atrincherado y apuntando por mampuesto, que tener la fiera a pocos metros. En nombre de la Virgen me agaché, tomé mi escopeta y rodilla en tierra apunté al medio de los dos ojos que me servían de blanco, apreté el gatillo y la bala fue directa a la frente del león cuya piel ustedes ven sobre mi mula. Herido se me  vino encima y me creí hombre muerto, pero me protegió la Virgen de la Chiquinquirá. Cuando  me lanzó el primer zarpazo, reculé para accionar la segunda bala de mi escopeta morocha, pero no tuve tiempo de disparar, la fiera se desplomó rugiendo, maldiciendo su impotencia, se le veía en los ojos saltones y en las garras afiladas que apretaba con  fuerza incontrolable hasta romperse su propia piel. Para ayudarlo a morir volví a disparar también en  nombre de la Virgen.         

-Hable con don Elías Gutiérrez, él le compra el cuero y le entrega la plata a la Virgen. Ese debe ser el mismo león que le comía los chivos al campesino que por falta de caballo llegó arrodillado.

El cactus espinoso y reseco, las luces sombrías, el terreno pedregoso dificultaban la caminata. Nos acercamos al templo abandonado del viejo Aregue.

-Ningún sitio mejor que éste para el trabajo creador, para la oración salvadora. Nos hacen falta los servicios esenciales, los que señala la Encíclica “Rerum Novarun”.

-O cumplir  los Estatutos de la Cofradía de la Chiquinquirá de Aregue, redactados por don Chío Zubillaga, que coinciden con la Encíclica de Juan XXIII: “La pertenencia de la Iglesia no es entrada a una isla de bienestar, en medio de un contexto de pobreza”. 

Envuelto en las secuelas de su creencia, en la utopía de su misión, el viejo José vio transcurrir los días, refugiado en el templo, aferrado a enfrentar el pasado y abrirle a Aregue un camino distinto, hasta que sintió que el vigor físico se le escurría por los pies. No pudo visitar más al Obispo, pero creyó vencer al Diablo de Carora, sólo podía arrodillarse para rezar, hasta que se quedó postrado.  El día que se enteró que la Junta Administradora de los bienes de la Virgen, antes de ser autorizada por la jerarquía eclesiástica, había otorgado una beca al alumno más destacado del sexto grado de la escuela primaria, para que continuara estudios en el liceo, decidió despedirse de su mundo, feliz, se había cumplido parcialmente su misión. Quería confesarse, pero no había sacerdote. Sobrevivió por tiempo indeterminado a la espera del confesor, resistió los embates de varias enfermedades que le nublaron la vista y le obstaculizaron el oído, hasta que regresó Segundo Pérez, graduado de médico. El primer becario de los bienes de su Virgen lo visitó en su lecho de enfermo.

-Ni un milagro lo salvará –le expresó a Paula.

-¿Qué hacemos, doctor?

-Yo soy ateo, pero no acepto que nadie se meta con la Virgen. ¡Confiésalo!

 A falta de un sacerdote, Paula le extendió los Santos Óleos.  

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Entrevista imaginaria a don José Gutiérrez
WILLIAM VILLANUEVA

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Dándose mecidas en su hamaca, encontramos a don José Gutiérrez, en su casa de la otrora polvorienta calle, que nos recuerda con su nombre al único aregueño que se alistó en las luchas por la independencia: Teniente Andrés Pineda. Don José me mira, empequeñeciendo sus ojos, con aire de cierta picardía, casi infantil, mostrándome su agradecimiento por la visita. Oigo su voz calmada, expresando sus preocupaciones y las diligencias que ha hecho en pro de este mariano pueblo.
_ Mi mayor aspiración es ver el progreso de Aregue-apunta- mientras se sienta en una cómoda silla de cardón- Es de esta manera, luchando como he conocido la ineptitud de los gobernantes. Rememora, con mucha lucidez, para ilustrar el valor de la decencia, el hecho que un aregueño honesto y preocupado, el Dr. Pedro Nolasco Pereira, en tan sólo ocho meses en la Presidencia del Estado Lara, logró, sabiendo administrar, ahorrar un millón de bolívares, “por aquellos días esos días eso era una platá muchacho”. Pensó el Dr. Pereira -explica don José- aprovechar la mejoría del presupuesto para ejecutar obras de significante importancia como la construcción de acueductos, perforaciones de pozos e instalación de molinos para abastecer de agua a los pueblos larenses, con especial atención, a los torrenses. Dicho gesto, hidalgo, su decoro, su honestidad, le valió la admiración y reconocimiento de don Chío Zubillaga, quien cuestionaba al Dr. Pereira como seguidor que era de los Sigalas, y como tal tenía dudas de su buen desempeño en dicho cargo. “Antes de él y después ha sido vacilante la actitud de quienes han gobernado el suelo larense, aún cuando llegará el momento que fastidiados ya de uno tengan que favorecernos en nuestras peticiones”. Por ejemplo-Dice don José-al recordar sus inquietudes por la juventud y el progreso- Yo tengo una gran fe en que en un futuro la educación integral para los jóvenes campesinos sea una realidad con el desarrollo de proyectos de escuelas granjas que vinculen a los pobladores del campo a su propio terruño. ¿Sabes el daño que sufrimos por el éxodo a la ciudad? es gravísimo! El impulso que le darían estas escuelas nos harían un gran favor llenando de bienestar la geografía venezolana. Continuando con su amena platica, porque es buen conversador el entrevistado, generando agudos comentarios y preguntas interesantes, como ¿Qué ayuda nos proporcionaría el Río Morere de no persistir su contaminación? No dejamos de sentir un dejo de doloroso desencanto porque no hubo el más somero análisis para cometer el acto criminal de arrojar las aguas negras al “hilo de miel de perezoso curso” como lo llamó el poeta, degenerando en daños irreversibles, su contaminación permanente, la erosión de sus márgenes, el exterminio de sus peces y el desaprovechamiento parcial de sus aguas; agravándose la situación del río- dice don José-por su represamiento por parte de terratenientes sin escrúpulos; lo que indudablemente perjudica los sembradíos de hortalizas de las parroquias Camacaro y Chiquinquirá, al no correr en cantidad aceptable las aguas por su cauce. Chío Zubillaga-indica don José, “veía en el Morere un potencial de primer orden”-llegándome a comentar en una oportunidad que la utilización de sus aguas, debidamente tratadas, para el consumo humano, sería una solución contundente para la sed de algunos pueblos como Aregue; con canalizaciones y la aplicación de la tecnología. Pero la falta de visión y respeto por la naturaleza por parte de los godos caroreños impidió fuese una realidad la genial idea de don Chío Zubillaga. Concluimos esta breve entrevista con un axioma o verdad tangible o notoria-según don José, que casi todos los godos o ricos caroreños son la “encarnación” del mismo demonio, por su amor tacaño al dinero y casarse entre parientes. De lo que después de sopesar lo dicho por él no puedo aguantar la risa por la manera chispeante como lo expresa don José.

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POEMA A DON JOSÉ

AUTOR: LUIS RODRÍGUEZ QUINTERO


Fuente de sabiduría
idealista, luchador social
del pueblo de Aregue
era su defensor
legado que nos dejaste.

Justo y recto proceder
orgulloso de su protectora
se hacía llamar
el Correo de la Virgen.

Gritaba con vehemencia
una y otra vez
todo el tiempo
invitando a luchar
el agua era su clamor
reclamaba su justo valor
restauremos su gran ideal
empecemos a luchar
zorrocloco, árbol que debemos rescatar.

Alcemos la voz de protesta
presentes, todos a luchar
ondeando nuestro tricolor
necesario es luchar y vencer
tiempos de unión
el Quijote aregueño, al frente.
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JUAN PÁEZ ÁVILA, Carora 1.934.

Periodista y escritor, Profesor titular de la Universidad Central de Venezuela, en la que ejerció la Dirección de la Escuela de Comunicación Social, ganador del Premio Nacional de Periodismo y de los Concursos de cuentos del diario El Nacional y de la Dirección de Cultura de la Universidad Santa María; obtuvo también el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal con la Biografía sobre el pensador caroreño Chío Zubillaga caroreño universal. Libros: Viendo pasar el siglo, Crónica de una utopía, Viaje a la incertidumbre, Atarigua y otros relatos de Carohana. El cuento El Correo de la Virgen pertenece a su libro Atarigua y otros relatos de Carohana. 
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LUIS RODRÍGUEZ QUINTERO, Carora, 1.946. 

 
Educador Jubilado. Cronista Popular, tiene una numerosa recopilación histórica sobre la comarca aregueña, poemas y diversos escritos inéditos, labor por la cual fue reconocido por el Ateneo de Carora con el Premio Nacional de Cultura Popular. Es miembro fundador del Vía Crucis Viviente de Aregue, Patrimonio Cultural del Municipio Torres; y de la Junta Ambientalista del Municipio Torres. 

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WILLIAM VILLANUEVA, Carora, 1.963. 

Cronista Oficial de Aregue. Poeta, escritor. 
Autor de Mi Sed Continua, poemas, publicado por Editorial Berkana 1.999: Tinglado de Rostros, 2017, Cuentos, versión digital. Ha sido columnista y colaborador del Diario de Carora; El Impulso; El Diario El Mío, El Diario de Lara y El Caroreño. Su obra además ha sido publicada en el Diario ultimas Noticias, del cual es Miembro del Consejo de Lectores en Línea; en el Diario El Clarín de la Victoria, y en Revistas literarias como la Revista la Casa de la Fragua, del Estado Mérida.