Como parte de la conmemoración de los 400 años de Aregue la Oficina del Cronista de Aregue presenta la obra en digital El Correo De la Virgen, obra recopilatoria sobre Don José Gutiérrez, quien en vida se entregó con afán a reivindicar la acción social de la Iglesia a favor de los humildes, defendiendo su terruño, reclamando los problemas que agobiaban a su pueblo, la sed secular que ha padecido nuestra comunidad, atesorando con fervor su fe en la Virgen India, la Chinca, ganándose merecidamente el nombre del Correo de la Virgen. En esta recopilación podrán leer su biografía, el Cuento El Correo de la Virgen del escritor Juan Páez Ávila, un poema del Profesor Luisito Rodríguez, una entrevista imaginaria de William Villanueva. La Ilustración es un cuadro realizado por el Artista Plástico Pastor Rafael Meléndez, Premio Nacional de Artes Plásticas, Mención Pintura Costumbrista del Ateneo de Carora Guillermo Morón, exclusivamente para ilustrar el cuento de Juan Páez Ávila, que quitamos prestado para portada de esta obra que aspiramos poder publicarla en imprenta.
Apostamos a mejorar la presentación de esta obra en un mediano plazo. Por ahora queremos entregarles su interesante contenido donde destaca el Cuento del gran escritor Juan Páez Ávila, donde recrea con mucha certeza las vivencias del Quijote de Aregue.
Creemos que en su pasión histórico-literaria el autor de seguro supo de las conversas a través de las cartas entre Don Chío Zubillaga y Don José, a quiénes unió una excelente amistad y una acentuada defensa por el bien común; para congraciarnos, Juan Páez, con su fecunda pluma con el presente magnifico cuento sobre este ilustre venezolano que tenemos el deber de rescatar del olvido.
EL CORREO DE LA VIRGEN
Cuento
Autor: Juan Páez Ávila.-
Paula tocó y empujó simultáneamente la puerta de la casa. Cuando avanzó hacia el interior ya el sol había penetrado, la sombra y el vaivén de la hamaca refrescaban el torso desnudo de un viejo aregueño cuya reciedumbre física comenzaba a ceder al paso de los años, pero conservaba el optimismo de vivir por siglos para impedir que los maleficios del Diablo de Carora roturaran la fe en la Virgen de la Chiquinquirá, y su pueblo sucumbiera a la ambición de intereses extraños a sus esperanzas.
-Yo soy el Correo de la Virgen. Desde muy joven recibí la misión de preservar las costumbres, profundizar la fe en sus milagros y batallar contra el espíritu del mal. Mi primera acción fue constituir una Junta Administradora de sus bienes. Centenares de miles de bolívares ingresan al tesoro de la Virgen. Campesinos humildes descienden de la sierra de Carohana todos los años a pagar sus promesas y hasta algunos muy ricos, que ante la desesperación de algunas enfermedades incurables y la cercanía de la muerte vienen a exculpar sus pecados. Después del milagro vienen a traer altas sumas de dinero. Yo he recibido la revelación de invertir ese dinero en obras sociales para beneficio de los más pobres. Ese es su deseo y su mandato, pero han dicho hasta que yo estoy loco. A través de siglos el dinero se lo ha llevado siempre el Diablo de Carora.
Paula no quiso interrumpirlo. Conocía la inclinación del viejo José a contar la pequeña historia de su pequeño mundo. Aregue había sido construido muy cerca del río, única justificación de su existencia, pero como todos los pueblos ribereños, periódicamente sufría los embates de las aguas desbordadas.
-En Aregue viejo, más cerca del río y de la inundación, fue construido el primer templo para venerarla. El temor a una catástrofe, el temor al río indujo a sus antiguos pobladores a acercarse más al desierto. En la parte alta del pueblo, más lejos del miedo, guiados por la propia Virgen, construimos el templo definitivo. Ella misma señaló el lugar dónde debería ser ubicada su imagen, que permitiera que miles de personas desfilaran, sin atropellarse, no sólo a colocar el fruto de sus promesas, sino también a contemplar la profundidad de su mirada y confirmar el poder y la verdad de sus milagros.
En las afueras de la Iglesia se presentó una agria disputa entre varios aregueños y algunas personalidades influyentes de Carohana, acerca de la conveniencia del traslado de la imagen a otra Iglesia de mayores dimensiones arquitectónicas, en la que una Junta de feligreses administrara los ingresos de la Virgen.
-No podrán, señora Paula. Ella escogió el lugar del reposo y del encanto. Si la mueven de allí, desaparecerán los milagros. Yo he enfrentado los poderes del Diablo de Carora y de la riqueza. Cuando era un niño presencié su traslado a otro lugar, pero los milagros se quedaban aquí. Allá, la alcancía de la Iglesia amanecía vacía. La propia Virgen se regresó y aumentaron los milagros. Creyeron que yo me la había traído e intentaron nuevamente trasladarla. Cuando la colocaron en el altar de la otra Iglesia, el lienzo y la imagen se habían desfigurado. Llenaron la alcancía haciendo promesas de arrepentimiento. Me vinieron a buscar para que colaborara, pero ya la Virgen había regresado. Los llevé a nuestra Iglesia y muy asustados la observaron intacta. Corrieron a revisar la alcancía que habían dejado custodiada por varios vigilantes contratados, y la encontraron vacía.
Paula oía la voz sonora del viejo José y aunque la invadían algunas dudas, terminaba aceptando como válidas las palabras de un hombre que parecía extraído de las catacumbas antiguas.
-Yo viajé a la Diócesis de Carohana a pedirle al Obispo que no autorizara más traslados de la Virgen y que nos permitiera a los habitantes de Aregue nombrar una Junta para administrar los bienes provenientes de sus milagros a favor de los más humildes. Nos aceptó lo primero y me prometió estudiar lo segundo.
En el interior de la casa del viejo José, varias palomas se arrullan, estimuladas por la alegría de las flores y el ambiente refrescante que emana de un pequeño jardín, embellecido por la intervención permanente de una mano familiar.
-Sin embargo, Paula, nos falta un milagro, el milagro más grande que la Virgen puede hacer para derrotar al Diablo de Carora, se aclare la conciencia y se ablanden los corazones de quienes distribuyen los dineros que la fe de Aregue y de sus vecinos, depositan en la Iglesia todos los años. Necesitamos una obra pía. Recorra el pueblo y sus alrededores, para que constate lo que le digo.
Cuando salí a la calle, frente a la casa de don José se estacionó un pequeño camión cargado de melones y de su interior bajó un hombre, cargado de años, pero de contextura fuerte, a quien había visto varias veces desplazarse en su vehículo hacia el mercado principal de la región.
-¿Señora Paula, está don José en su casa?
-Sí. Acabo de oírle expresar su preocupación sobre el futuro de los bienes de la Virgen, aunque cree tener un mandato divino.
-Le traigo un dedo de oro. Me costó casi una carga de melones, pero estoy vivo gracias a un milagro.
-¿Qué te pasó?
-Cuando fui a recoger un melón me picó una culebra que estaba debajo de las hojas. Aterrorizado le pedí a un campesino medio brujo que me chupara el dedo. En medio de un gran dolor decidí matar la culebra y le ofrecí a la Virgen de la Chiquinquirá de Aregue, un dedo de oro si me alumbraba el camino para encontrarla, única manera de salvar la vida y el dedo, porque otro campesino decía que me lo cortaran. No quería que me llamaran el mocho Miguel y le pedí el milagro. Machete en mano corté ramas y hojas hasta que tropecé con el filo de mi única herramienta con un inmenso rollo de cascabel, lista para volver a arremeter contra mi vida. Me llené de valor, creo que por obra de la Virgen. Y suaz, suaz, le corté la cabeza. Y santo remedio, aquí estoy, como si no me hubiera pasado nada.
Miguel Álamo tenía una pequeña parcela en la ribera sur del río Morere, a la que aprendió a sacarle importantes beneficios con el cultivo de melones. No era muy cristiano, pero creía en los milagros de la Virgen. Se le veía muy satisfecho, casi feliz, con su dedo de oro en las manos. En ese momento apareció don José, después de oír nuestra conversación.
-No. Yo no estoy autorizado para recibir los frutos de los milagros, sino para defender la fe en la Virgen. Espere que venga un sacerdote.
-Vamos a la Iglesia, don José, y se lo depositamos en la alcancía.
-Si la señora Paula va como testigo, lo acompaño.
Abrimos la Iglesia y encontramos la alcancía rebosante de dinero en efectivo y algunos brazos y piernas de plata y de madera. Mientras permanecimos en la Iglesia se acercaron algunos parroquianos, quienes después de rezar incitaron a don José a presidir una asamblea de la comunidad, para resolver el destino del dinero y de los objetos de valor encontrados.
-Hay que llevárselos al Obispo –expresó un anciano casi moribundo.
-Hay que crear un ancianato –dijo otro con cierta ironía.
-¿Por qué no reparamos la Iglesia y contratamos un sacerdote permanente? –preguntó Mamerto, quien hacía de sacristán cuando se oficiaba misa y estaba desempleado desde hacía varios meses.
-Que hable don José –planteó Paula.
-Elijamos primero una Junta Administradora de los bienes de la Virgen, cuyos integrantes, después de oídas todas las recomendaciones y participarle al Obispo, decida cuáles son los obras sociales que deben realizarse.
Todos asintieron y eligieron al más anciano, don Elías Gutiérrez, Presidente de dicha Junta, un tesorero y una secretaria. Antes de cerrar la Iglesia, para que la Comisión saliera a participarle al Obispo, entró de rodillas un joven campesino, con un cofre lleno de monedas a pagar otra promesa, la Virgen le ahuyentó un león que le comía los chivos. Quince días después de no perder un animal más, calculó el valor de quince chivos y vino a pagar la promesa.
-Vamos Paula a recorrer el pueblo, pero antes mira este cuadro donde aparece la Virgen y a sus pies un hombre con atuendo de caballero de la época colonial. Este es Cristóbal de la Barrera, socio de la Compañía Guipuzcoana, quien naufragó en su pequeña embarcación frente a las costas de la Capitanía General de Venezuela; abrazado a una tabla fue empujado por las olas hacia tierra firme. Sobre las olas veía la imagen de una Virgen y cuando perdía fuerzas para seguir asido al pedazo de madera, volvía a ver su figura y recuperaba energías. Cuando fue lanzado costa afuera por las olas, no sabía dónde estaba; caminó durante varios días siguiendo la dirección que le indicaba la imagen entre las nubes. Sólo se detenía para tomar agua de algún arroyuelo o ingerir alguna fruta que caía de los árboles lanzada por los pájaros. En su larga ruta por selvas, montañas y desiertos no fue molestado por animales feroces ni por indios guerreros. Agotado por el incesante caminar, vio descender la imagen que lo guiaba a este lugar, llamado Aregue, donde le construyó el primer templo.
En la calle, el viento ejercía su hegemonía total mientras la gente se resguarda en sus casas del tedio que imponía un sol inclemente. En medio de una gran soledad todos parecían felices, como si disfrutaran de una paz permanente. Los pocos que se asomaban a las ventanas, saludaban con gestos amables, como si fuéramos amigos de muchos años. En las afueras del pueblo apareció un desierto apenas cubierto por cardones y tunas. Un hombre a caballo, con una piel de león sobre las ancas de su mula, rompió la profundidad del horizonte, nos reconoció y se acercó para preguntarnos si estaba abierta la Iglesia.
-La acabamos de cerrar, después de nombrar una Comisión que administrará los bienes de la Virgen.
-¿A quién le entrego este cuero de puma, que le prometí a la Virgen traérselo para alfombrar su piso o venderlo y llevarle la cantidad de dinero que me paguen por él?
Rafael Flores, cazador de tigres, pumas y toda clase de depredadores que diezmaban sus rebaños de chivos en los alrededores de Aregue, le prometió a la Virgen llevarle como trofeo el valor o la piel del tigre o puma que cayera en la puntería de su escopeta, para salvar sus animales y preservar su pequeña economía. Pero no le resultó fácil, según su propio relato.
-Estuve varias noches hasta el amanecer en una troja en lo alto de un árbol, frente al único bebedero que nos queda con un poquito de agua, aguaitando la fiera que me estaba matando los chivos. Pero el animal no llegaba. Me acordé de la Virgen y le hice la promesa de alfombrar el piso de su Iglesia con la piel del tigre o del puma, que era lo mismo, si aparecía antes del amanecer. Yo siempre esperaba hasta las cinco de la madrugada, cuando comenzaba a clarear me retiraba, porque a ninguno felino le gusta cazar o beber durante el día. Para ellos es mejor la oscuridad, sus ojos brillantes y salidos les permiten ver más que a los otros animales. Cansado de esperar me bajé unos minutos antes de las cinco y cuando pisé tierra, tenía enfrente, muy cerquita, dos grandes ojos que casi me encandilan. Me volví a acordar de la Virgen y de la escopeta que tenía en la mano izquierda y se me había caído. Se me quitó el miedo, por primera vez sentí miedo de verdad. No es lo mismo estar arriba en el árbol, atrincherado y apuntando por mampuesto, que tener la fiera a pocos metros. En nombre de la Virgen me agaché, tomé mi escopeta y rodilla en tierra apunté al medio de los dos ojos que me servían de blanco, apreté el gatillo y la bala fue directa a la frente del león cuya piel ustedes ven sobre mi mula. Herido se me vino encima y me creí hombre muerto, pero me protegió la Virgen de la Chiquinquirá. Cuando me lanzó el primer zarpazo, reculé para accionar la segunda bala de mi escopeta morocha, pero no tuve tiempo de disparar, la fiera se desplomó rugiendo, maldiciendo su impotencia, se le veía en los ojos saltones y en las garras afiladas que apretaba con fuerza incontrolable hasta romperse su propia piel. Para ayudarlo a morir volví a disparar también en nombre de la Virgen.
-Hable con don Elías Gutiérrez, él le compra el cuero y le entrega la plata a la Virgen. Ese debe ser el mismo león que le comía los chivos al campesino que por falta de caballo llegó arrodillado.
El cactus espinoso y reseco, las luces sombrías, el terreno pedregoso dificultaban la caminata. Nos acercamos al templo abandonado del viejo Aregue.
-Ningún sitio mejor que éste para el trabajo creador, para la oración salvadora. Nos hacen falta los servicios esenciales, los que señala la Encíclica “Rerum Novarun”.
-O cumplir los Estatutos de la Cofradía de la Chiquinquirá de Aregue, redactados por don Chío Zubillaga, que coinciden con la Encíclica de Juan XXIII: “La pertenencia de la Iglesia no es entrada a una isla de bienestar, en medio de un contexto de pobreza”.
Envuelto en las secuelas de su creencia, en la utopía de su misión, el viejo José vio transcurrir los días, refugiado en el templo, aferrado a enfrentar el pasado y abrirle a Aregue un camino distinto, hasta que sintió que el vigor físico se le escurría por los pies. No pudo visitar más al Obispo, pero creyó vencer al Diablo de Carora, sólo podía arrodillarse para rezar, hasta que se quedó postrado. El día que se enteró que la Junta Administradora de los bienes de la Virgen, antes de ser autorizada por la jerarquía eclesiástica, había otorgado una beca al alumno más destacado del sexto grado de la escuela primaria, para que continuara estudios en el liceo, decidió despedirse de su mundo, feliz, se había cumplido parcialmente su misión. Quería confesarse, pero no había sacerdote. Sobrevivió por tiempo indeterminado a la espera del confesor, resistió los embates de varias enfermedades que le nublaron la vista y le obstaculizaron el oído, hasta que regresó Segundo Pérez, graduado de médico. El primer becario de los bienes de su Virgen lo visitó en su lecho de enfermo.
-Ni un milagro lo salvará –le expresó a Paula.
-¿Qué hacemos, doctor?
-Yo soy ateo, pero no acepto que nadie se meta con la Virgen. ¡Confiésalo!
A falta de un sacerdote, Paula le extendió los Santos Óleos.
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Educador Jubilado. Cronista Popular, tiene una numerosa recopilación histórica sobre la comarca aregueña, poemas y diversos escritos inéditos, labor por la cual fue reconocido por el Ateneo de Carora con el Premio Nacional de Cultura Popular. Es miembro fundador del Vía Crucis Viviente de Aregue, Patrimonio Cultural del Municipio Torres; y de la Junta Ambientalista del Municipio Torres.
Cronista Oficial de Aregue. Poeta, escritor. Autor de Mi Sed Continua, poemas, publicado por Editorial Berkana 1.999: Tinglado de Rostros, 2017, Cuentos, versión digital. Ha sido columnista y colaborador del Diario de Carora; El Impulso; El Diario El Mío, El Diario de Lara y El Caroreño. Su obra además ha sido publicada en el Diario ultimas Noticias, del cual es Miembro del Consejo de Lectores en Línea; en el Diario El Clarín de la Victoria, y en Revistas literarias como la Revista la Casa de la Fragua, del Estado Mérida.